Internacional
¿Dónde está la comunidad internacional en la crisis de Oriente Medio?
Israel ataca simultáneamente en Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria y Yemen, mientras Irán le manda 180 misiles por perseguir a su aliado, Hizbula. La región parece a punto de entrar en una guerra total y nadie la para. «Falta voluntad, sobran intereses».
Huffingtonpost.es
Una mujer pasea junto a la sede de Naciones Unidas en Nueva York, ante la escultura ‘No violencia’ del sueco Carl Fredrik Reutersward.VIEWpress / Corbis via Getty Images
«Los estadounidenses insistieron y no estamos en condiciones de rechazarlos. Dependemos de ellos para aviones y equipos militares. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Decirles que no?». Habla Yoav Galant, ministro de Defensa de Israel. Es octubre de 2023 y Washington presiona para que Tel Aviv deje entrar en Gaza algo de ayuda humanitaria, 13 días después de haber iniciado la ofensiva sobre la franja que aún dura, en respuesta a los atentados de Hamás.
Su frase da cuenta de la dependencia que el Gobierno de Tel Aviv tiene, como ha tenido históricamente, de lo que se le diga desde la Casa Blanca. Por eso, en estos días en que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha iniciado la tercera guerra con Líbano, multiplicando los frentes de batalla abiertos, y cuando Irán replica con misiles para vengar al debilitado Hizbulá, surge insistente la pregunta: ¿por qué EEUU no para esto? ¿Y Naciones Unidas, que tiene hasta una misión en la frontera, aunque su jefe sea desde hoy persona non grata para Tel Aviv? ¿Puede hacer más la Unión Europea? ¿Dónde está, en resumen, la comunidad internacional?
«Brilla por su ausencia como pocas veces ante un conflicto», dice un asesor del Gobierno palestino desde Ramalla, que denuncia el «doble rasero» y la «soledad» en comparación con conflictos como el de Ucrania. En Sudán o Congo a lo mejor lo ven aún peor, pero es cierto que la sucesión de crisis que ha encadenado Oriente Medio en el último año, de enorme gravedad, tan disruptivas respecto a lo establecido, está poniendo seriamente en tela de juicio si el orden mundial que nos dimos tras la Segunda Guerra Mundial sigue valiendo, si se puede seguir confiando en los grandes bloques para prevenir o parar, si sirven las instituciones de las que nos hemos dotado.
Ezequiel Cruz, abogado especializado en derecho internacional y antiguo cooperante en Palestina durante seis años, parte de la base de que la crisis actual, con sus siete frentes, es «subsanable, resoluble» desde la política y la diplomacia. «Hace falta voluntad, pero sobran intereses», constata. «Hay una maraña de intereses creados, alianzas y enemistades históricas pero, en resumen, si hubiera firmeza para aplicar las sucesivas resoluciones de Naciones Unidas aprobadas sobre el conflicto, en sus distintas vertientes, las soluciones están al alcance de la mano», defiende. No es, pues, un ensueño.
Este especialista mexicano recurre a las palabras de Josep Borrell, jefe de la diplomacia comunitaria, cuando dijo que el estancamiento actual «es consecuencia del fracaso político y moral de la comunidad internacional». «Hay documentos, todo está negro sobre blanco, pero falta actuar», razona. Sostiene que no «habría sido necesario» llegar hasta el momento actual si esas resoluciones fueran realidad o si, «conforme crecían las muertes en Gaza», se hubieran tomado otras medidas de presión a Israel. Y enumera: embargos de armas, sanciones económicas, boicots comerciales y culturales, procesos en la Corte Penal Internacional, ruptura de relaciones diplomáticas, abandono de su protección en el seno de la ONU, sanciones a colonos…
«Es obvio que Hizbulá ataca a Israel, incluyendo a civiles, como lo hizo la pasada noche Irán, como lo han hecho en estos meses los hutíes de Yemen, pero no lo es menos que la radicalidad creciente ha venido por Gaza», donde se superan los 41.600 muertos, los 96.600 heridos, los 10.000 desaparecidos. «De ahí que la presión inicial sea sobre Israel, pero no sólo», afina.
Tanques de Israel esperando la orden de entrar en Líbano, el pasado 28 de septiembre.ATEF SAFADI / EPA / EFE
Hay culpables más «relevantes» que otros. Empezando por EEUU, quien ha mostrado su «incondicional e inquebrantable» apoyo al Gobierno de Benjamin Netanyahu, en palabras del presidente Joe Biden, sin apretar más. En su defensa, la Casa Blanca insiste en que su amenaza de condicionar el envío de armas a que no se lleven a cabo determinadas acciones (como atacar Rafah) ha evitado una crisis mayor, se escuda en que lleva meses tratando de negociar un alto el fuego que no llega y en que ha buscado que entre ayuda a la franja. Pero su red perpetua para Tel Aviv se ha mantenido: en los envíos de ayuda militar o en el veto a resoluciones de la ONU que no eran de su interés.
Cruz entiende que ha tenido «esas dos poderosas armas» en su mano y «no las ha empleado», igual que no se ha adherido a denuncias internacionales por supuestos crímenes de guerra o «no ha roto la posibilidad futura de que Israel haga negocios con países árabes, jugosos». Incluso, recuerda que el Departamento de Estado ha elaborado un informe en el que reconoce que el armamento que le ha dado a Israel ha podido tener un uso «incompatible» con las leyes de la guerra en Gaza.
Como indicaba a El HuffPost el americanista Sebastián Moreno, cualquier Administración norteamericana tiene condicionantes para mantener siempre la protección a Israel. Desde la mayoría del Congreso, donde hay «un alto consenso en que hay que ayudar a Israel», al peso de los votantes judíos -son sólo el 2,4 % de la población adulta de EEUU, pero tienen más probabilidades de votar que la población general registrada para votar y de hacer donaciones políticas- en un año electoral-, pasando por los «intereses coincidentes» con el propio Tel Aviv.
Lo es acabar con Hamás en Gaza y lo es acabar con Hizbulá en Líbano, porque ambos pasos suponen debilitar a Irán, su gran rival en la zona. Si Teherán tiene problemas, su economía se hunde más, no llega a tener armas nucleares y su Eje de Resistencia no puede actuar por él y protegerlo o ayudarle contra sus adversarios, la Casa Blanca se quita problemas en la región, aleja un frente en el conflicto en la zona y puede preocuparse más del Indo-Pacífico, que es su fijación en materia de seguridad y defensa. Eso sí, siempre que el régimen de los ayatolás no se enfade demasiado y redoble sus ataques a Israel. Entonces, Washington tendría que intervenir mucho más que anoche, cuando ayudó a evitar impactos de proyectiles.
Benjamin Netanyahu y Joe Biden se saludan en un encuentro en Tel Aviv, el 18 de octubre de 2o23, en una visita de apoyo del norteamericano tras los atentados de Hamás.AFP via Getty Images
EEUU también tiene que perder si a Israel le van mal las cosas en materia de seguridad, porque el país sigue siendo su mejor portaaviones en Oriente Medio, porque su amigo le suministra información de inteligencia de primera mano sobre la región -el poder del Mossad se ha visto claro en el ataque a las comunicaciones de Hizbulá-, le ofrece además equipos de defensa de última generación y las relaciones de defensa entre los dos países son altamente rentables para las empresas norteamericanas-. Los ejecutivos de los gigantes contratistas militares RTX, Boeing y Northrop Grumman han reconocido que la guerra de Gaza contribuye a «mayores presupuestos y pedidos de productos del Pentágono», informa el diario digital norteamericano Vox.
El columnnista del The Guardian británico Mehdi Hasan recordaba recientemente que una llamada de Ronald Reagan a Menachem Begin, en 1982, acabó con la invasión de Líbano de aquel verano. El norteamericano se revolvió al ver la foto de un niño mutilado y dijo a Tel Aviv que ya no más. Surtió efecto, pero este es otro siglo, parece.
No sólo Washington
EEUU es quien puede mover las cosas con más facilidad, pero tampoco salen bien parados la ONU o la Unión Europea. En el primero de los casos, la organización acaba de pasar su Asamblea anual y en ella se le han visto las costuras, la necesidad de una reforma integral que haga que no se convierta e inútil, como la califican despectivamente algunos países. Aunque se han dado pasos para el futuro, la realidad hoy es que está atrapada, sobre todo, por el incumplimiento de las resoluciones que acuerda y por un Consejo de Seguridad viejo de 80 años, que dio poder al mundo de entonces y que hoy bloquea cualquier decisión.
Muchos líderes mundiales -en particular de África y de potencias clave como Brasil, Alemania, India y Japón- piden una reforma del Consejo, integrado por 15 miembros y encargado de mantener la paz y la seguridad internacionales. Es un tema que ha cobrado fuerza en los últimos años después de que Rusia invadiera Ucrania en 2022 y luego utilizara su veto en el Consejo de Seguridad para bloquear cualquier acción del organismo, debate que se agudizó aún más con Estados Unidos, protegiendo igualmente a su aliado Israel de la acción del Consejo, bloqueando iniciativas que lo critiquen siquiera por sus acciones contra Palestina o llamen a un alto el fuego.
Mientras eso llega, la ONU está «paralizada», dice Cruz, por la falta de consenso y el veto, siempre en manos de grandes potencias. «Si se ve el sur global, en cambio, su postura en estos meses ha sido muy clara en favor de los palestinos, pero el 80% no ha tenido la voz del 20%, y me quedo corto con los porcentajes», denuncia. «No nos escuchan (…). Aquí somos la mayoría de la humanidad, pero no nos escucha la minoría de presidentes que pueden detener estos bombardeos», en palabras del presidente colombiano Gustavo Petro.
Más allá del Consejo, la ONU tiene instrumentos para dar una dimensión «ejecutiva» a sus decisiones e influir en el curso real de los acontecimientos, como el despliegue de misiones de paz -actualmente hay 12, con 90.000 efectivos- o la imposición de sanciones que, aunque de eficacia limitada, representan un poderoso instrumento de presión. Y tampoco eso se está haciendo, por esa misma falta de consenso.
Además, están las resoluciones pasadas, esas en las que el especialista en derecho internacional dice que está «todo». «No hay más que leerlas y asumirlas», dice, rechazando el debate de siempre de si son vinculantes o no. «La obligación es de respetar lo pactado», recuerda.
En la reciente Asamblea de la ONU en Nueva York se escuchó una de las propuestas más claras para acabar con esa deuda pendiente. Llegó de la mano de Helen Clark, que fue primera ministra de Nueva Zelanda y jefa del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, quien ahora lidera la plataforma The Elders (Los Mayores), fundada por Nelson Mandela, y que aglutina a exmandatarios y exaltos funcionarios ya con cierta edad para que sigan aportando ideas al mundo.
Clark se refirió, por ejemplo, a que el Consejo de Seguridad «tiene la responsabilidad de trazar un camino hacia una paz sostenible. Un alto el fuego total, inmediato y completo en Gaza es una medida indispensable. Es profundamente inquietante que la Resolución 2735 del Consejo de Seguridad que pide ese alto el fuego siga sin implementarse», dijo.
Cumplir como paso esencial para que la ONU no pierda su «credibilidad», una «cuestión existencial» que tiene en Oriente Medio su reto más inmediato, el mejor momento para saber si la involución es total o hay esperanza. Sólo así, con un «nuevo enfoque basado en el derecho internacional», se puede actuar ante conflictos como los que nos ocupan. «El enfoque de gestión adoptado por miembros poderosos de la comunidad internacional ha fracasado» y se impone el multilateralismo real.
En el caso concreto del conflicto palestino-israelí, dice que hay que ir abordando «las causas profundas del conflicto», reconociendo la plena adhesión a la ONU de Palestina como estado, la normalización de las relaciones entre Israel y las naciones árabes, el reconocimiento de la igualdad en cuestiones de seguridad para palestinos e israelíes y el impulso a un Ejecutivo de unidad en Palestina (sobre Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén), previo a una independencia real.
«Todo esto requiere un liderazgo audaz y basado en principios, y la voluntad política de romper con las políticas fallidas del pasado. Se deben aplicar todas las formas de presión, incluida la suspensión de las transferencias de armas en respuesta a las violaciones constantes del derecho internacional. Sólo si se cumplen las obligaciones jurídicas internacionales, se garantiza la rendición de cuentas y se pone fin a la impunidad se podrá crear un camino para poner fin a este conflicto de una vez por todas», defendió Clack ante la Asamblea.
ONU aparte, EEUU aparte, está la Unión Europea. ¿Qué hace Bruselas? Son llamativas las declaraciones de Borrell, contundentes y firmes, reclamando acción al mundo, pero a la vez él mismo y su Comisión se ven atados de pies y manos, de nuevo, por el sistema de mayorías. Poner de acuerdo a los Veintisiete no es sencillo, cuando Israel tiene grandes aliados dentro, especialmente esa Alemania que no puede desembarazarse de su pasado nazi. La culpa inmemorial.
Se ha presentado una hoja de ruta que deba acabar con una salida de dos estados, uno israelí y uno palestino, de pleno derecho; se han impulsado conferencias con el mundo árabe y se han aumentado las ayudas a Palestina en lo humanitario pero, en lo central, pocos avances. La crisis actual ha venido en tiempo de elecciones europeas (en junio) y ahora se están conformando los equipos de las instituciones y faltan los relevos de cartera. Eso es lo que tiene ocupados a los países ahora.
Este mismo lunes, la República Checa impidió que la UE aprobase una posición común sobre la crisis en Líbano que denunciaba el alto balance de víctimas civiles en las operaciones militares de Israel y reclamaba evitar una nueva intervención en el terreno. Sólo se pudo sacar un comunicado de Borrell, con mucha menos fuerza diplomática.
Es verdad que el poder paralizador de a UE respecto de Tel Aviv no es muy alto, pero tampoco se puede escudar en eso Bruselas cuando el bloque es el primer socio comercial de Israel. Algo de fuerza se ejerce. Las sanciones a colonos se cuentan con los dedos de una mano y, por ejemplo, no se le ha pedido a Israel que pague por el dinero perdido de infraestructuras de cooperación pagadas con dinero comunitario y desaparecidas por sus acciones en Cisjordania o Gaza, en décadas. La presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, no sólo ha sido criticada por tibia sino, directamente, por proisraelí.
Pura descomposición
Y está la clave israelí, que los analistas no dejan de repetir: esta administración, la de Netanyahu, es posiblemente la menos porosa de la historia a las recomendaciones, exigencias o ruegos de terceros países o de organismos internacionales. Su Gobierno, apoyado en ultranacionalistas y religiosos, desoye las críticas y sigue adelante con sus planes, que agradan a los más radicales, que son los que mantienen hoy al primer ministro en el cargo.
Netanyahu busca mano dura con la que mejorar su imagen, hundida tras los enormes fallos de seguridad en el ataque múltiple de Hamás, que dejó hace un año 1.200 muertos y 250 secuestrados. Mientras siga en el cargo, además, evita afrontar el triple proceso por supuesta corrupción que tiene pendiente en los tribunales. Aunque no ha podido con Hamás en Gaza, ahora oculta ese fracaso en pleno aniversario con avances en Líbano, donde ha descabezado a Hizbulá y causa estragos. Dice que no se va a detener porque quiere «un nuevo orden, un nuevo equilibrio» en Oriente Medio. A costa de qué es la pregunta.
Hay ministros suyos que dejan claro que, si la comunidad internacional no estuviera ahí, sus acciones podrían ser peores. Como cuando el radical titular de Finanzas, Bezalel Smotrich, dice que es «justificado y moral» matar de hambre a dos millones de gazatíes pero que «no puede» hacerlo porque el mundo no le dejaría. «En la realidad global que tenemos, no podemos gestionar una guerra», se queja aún.
Demuestra una descomposición importante de los valores del mundo viejo que conocíamos y del marco de relaciones que nos habíamos forjado para que el planeta no fuera la selva. También en la Asamblea de la ONU, el rey de Jordania, Abdalá II, afirmaba que no podía «recordar un momento de mayor peligro que éste» y se llevaba las manos a la cabeza por la respuesta mundial. «Durante casi un año, la bandera azul celeste que ondea en los refugios y escuelas de las Naciones Unidas en Gaza no ha podido proteger a civiles inocentes de los bombardeos israelíes. Por eso no sorprende que, tanto dentro como fuera de esta sala, la confianza en los principios e ideales fundamentales de la ONU se esté desmoronando», denunciaba.
«La dura realidad que muchos ven es que algunas naciones están por encima del derecho internacional, que la justicia global se doblega ante la voluntad del poder y que los derechos humanos son selectivos, un privilegio que se puede conceder o denegar a voluntad», concluía. Por ahora gana la inacción. Las consecuencias son las muertes diarias que se minimizan en Occidente, en un región cansada de enterrar a los suyos.
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