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Así fue la vez que un grupo de mexicanos rompió con el Vaticano y nombró a su propio Papa

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Hace casi un siglo un pequeño grupo de sacerdotes proclamó la independencia religiosa de Roma y nombró como patriarca a José Joaquín Pérez Budar, el “papa mexicano”

Tras la muerte del papa Francisco, uno de los momentos que mantiene en vilo a la Iglesia católica es el próximo cónclave, previsto para principios de mayo. Serán 135 los cardenales reunidos en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo pontífice.

Entre ellos destacan dos mexicanos: Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado de México, y Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara. Ambos figuran entre los llamados papables, los cardenales considerados con posibilidades reales de convertirse en el sucesor de Pedro.

Si eso llegara a suceder, sería la primera vez que un mexicano ocupa la silla de San Pedro… o casi… porque, aunque resulte poco conocido, México ya vivió, hace más de 150 años, su propia historia de ruptura con Roma, tan extrema que llevó a la proclamación de un pontífice nacional, un “papa mexicano” sin reconocimiento oficial, en uno de los capítulos más insólitos de su relación con la Iglesia católica.

Así lo documenta el historiador Mario Ramírez Rancaño en su investigación La ruptura con el Vaticano. José Joaquín Pérez y la Iglesia Católica Apostólica Mexicana 1925-1931, publicada en la revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.

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El patriarca que quiso desafiar a Roma

Nacido en 1851 en Oaxaca, José Joaquín Pérez Budar tuvo una vida marcada por la agitación política y social desde joven. Participó como soldado en el movimiento del Plan de Tuxtepec junto a Porfirio Díaz, quedó viudo poco después de casarse y decidió entonces ingresar al seminario.

Desde sus primeros años como sacerdote mostró una postura crítica frente al alto clero y sus privilegios, lo que lo acercó tanto a sectores protestantes como a la masonería, según Ramírez Rancaño.

Inspirado por las ideas reformistas de figuras como Martín LuteroJuan Calvino y el obispo mexicano Eduardo Sánchez Camacho, quien antes de morir le habría pedido que impulsara una iglesia nacional, Pérez Budar tomó la causa como una misión personal. Según su propio testimonio, “creí llegado el momento y que Dios me llamaba a establecer su amada Iglesia”.

Con la llegada de Plutarco Elías Calles a la presidencia en 1924, y bajo el clima de confrontación que desató la Ley Calles y la Guerra Cristera, el escenario político parecía propicio para el surgimiento de una Iglesia cismática, alejada de la autoridad del papa y ajustada a los intereses del Estado laico mexicano.

La Iglesia del pueblo y el “papa” mexicano

El 21 de febrero de 1925, Pérez Budar y un pequeño grupo de sacerdotes y laicos —entre ellos Manuel Luis MongeAntonio Benigno López Sierra y Ángel Jiménez Juárez— irrumpieron en el templo de La Soledad, que hoy alberga el Archivo General de Notarías de la Ciudad de México. Tomaron por la fuerza el edificio para convertirlo en la sede de su nueva organización: la Iglesia Católica Apostólica Mexicana (ICAM).

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Ese mismo día, a través de un manifiesto, declararon la independencia de la nueva Iglesia respecto a Roma. Pérez Budar adoptó el título de patriarca primado, equivalente a Papa dentro de su estructura, aunque nunca utilizó formalmente la palabra “Papa”, tal vez consciente de la carga simbólica que tenía frente a los fieles católicos.

Entre las reformas que planteaba la ICAM estaban la abolición del celibato, la liturgia en español, la libre interpretación de la Biblia, la gratuidad de los sacramentos y la obligación de que los sacerdotes trabajaran civilmente para sostenerse, en lugar de vivir de las limosnas. La organización mantuvo la veneración a la Virgen María y a los santos, lo que la diferenciaba de los protestantes, aunque compartía con ellos el rechazo a la autoridad del papa.

El rechazo de los fieles y la violencia en los templos

La proclamación del nuevo patriarca no fue bien recibida por la mayoría de los fieles ni por la jerarquía católica. El arzobispo de México, José Mora y del Río, condenó el movimiento y calificó a Pérez Budar de hereje y cismático. Roma reaccionó declarando la excomunión para él y sus seguidores.

La tensión se trasladó a las calles. Al día siguiente de la toma del templo de La Soledad, durante el intento de celebrar la primera misa de la nueva Iglesia, la resistencia popular fue inmediata.

Una mujer abofeteó al sacerdote que iba a oficiar la misa, lo mordió y otros asistentes lo golpearon con un cirio, hasta que tuvo que ser rescatado por la policía, disfrazado de civil para evitar el linchamiento. Estos episodios violentos se repitieron en otros templos donde la ICAM intentó establecerse, como en AguascalientesPueblaVeracruz y Tabasco.

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Aunque el presidente Calles negó públicamente su participación directa, varios diputados y senadores de la CROM defendieron la creación de la Iglesia mexicana como una medida “patriótica” para completar la independencia nacional, expulsando también al poder religioso extranjero.

Sin embargo, conforme avanzó el conflicto cristero y se acercaron los acuerdos de paz entre el gobierno y el Vaticano, la ICAM perdió fuerza. El templo de La Soledad le fue retirado y, como compensación, Pérez Budar recibió la iglesia de Corpus Christi, frente al Hemiciclo a Juárez.

En 1930, acosado por la falta de apoyo y el desgaste del movimiento, Pérez Budar trasladó la sede de su iglesia a San Antonio, Texas, donde intentó consolidar una pequeña comunidad de fieles entre los migrantes mexicanos. Buscó también legitimarse ante la North American Old Roman Catholic Church, que lo consagró como arzobispo, aunque este respaldo no logró darle el peso político ni religioso que necesitaba.

Su final y la disolución de la ICAM

Enfermo y debilitado, Pérez Budar fue hospitalizado en la Cruz Roja en 1931. En sus últimos días, según reportaron sacerdotes jesuitas y el propio arzobispo Pascual Díaz, se habría retractado de su ruptura con Roma y pidió recibir los últimos sacramentos de la Iglesia católica romana.

Firmó (aunque existen dudas sobre la validez de esta firma, por su grave estado de salud) una declaración en la que abjuraba de sus errores y exhortaba a sus seguidores a no apartarse de la Iglesia de Roma.

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Falleció el 9 de octubre de 1931. Con su muerte, la ICAM entró en una rápida descomposición. Aunque por un tiempo algunos de sus seguidores intentaron mantener viva la organización, nunca recuperó la relevancia que tuvo en los primeros años.

Según el recuento del historiador Mario Ramírez Rancaño, la ICAM llegó a tener presencia en alrededor de 70 templos, pero solo controló efectivamente una docena en estados como Puebla, Veracruz, Oaxaca y Tabasco.

Así terminó la historia del primer y único “papa mexicano”, un intento de crear una Iglesia nacional que duró apenas unos años y que hoy es apenas una nota al pie en los libros de historia, pese a su simbolismo y las pasiones que desató.

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